Transilvania, considerada desde
tiempos remotos tierra de mitos y leyendas, es una región situada
actualmente en Rumanía pero fronteriza a Hungría, Serbia y Ucrania. Fue
la patria de Vlad Tepes, el Empalador. Inspirado en esta terrorífica
figura va a nacer, de la mano de Bram Stoker, uno de los personajes de
ficción más célebres y una de las leyendas más conocidas: la del Conde
Drácula. Pero ¿en qué momento realidad y ficción se unieron?
Inicialmente, la mayoría de menciones de seres con características vampíricas en la Antigüedad son parte del folclore y de los mitos en casi todas las civilizaciones, desde Egipto y Sumeria hasta las culturas indoamericanas. Ya en la edad media, los vampiros empiezan a ser parte de leyendas relacionadas con personajes reales o con sucesos e identidades míticas con algún trasfondo real. Los ejemplos más claros fueron:
El primero es la certeza de la existencia en estos siglos de una rara enfermedad relacionada con la pigmentación de los glóbulos rojos que provocaba a los enfermos llagas sangrantes en la piel cuando éstos se exponían a la luz solar.
El segundo es la figura de Vlad Tepes (apodado Dráculea en honor a su padre), príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462. Vlad pasó a la historia por demostrar su crueldad hacia sus enemigos, ganándose por ello el sobrenombre de “Tepes”, que en rumano significa el empalador. Este calificativo se le adjudicó debido a que tenía por costumbre ensartar vivos a sus adversarios en afilados mástiles hasta provocarles la muerte.
A Vlad le gustaba organizar empalamientos multitudinarios con formas geométricas, siendo la más habitual una serie de anillos concéntricos de empalados alrededor de las ciudades que iba a atacar. Incluso, llegó a crear bosques enteros de empalados que hicieron que varios ejércitos turcos que iban a invadir Valaquia regresasen aterrados.
Sin duda, una de sus acciones de empalamiento masivo más conocida por su brutalidad fue su venganza contra los boyardos, asesinos de su padre, realizada en 1459. Vlad invitó a los boyardos para celebrar una gran cena de Pascua y les pidió que vistiesen sus mejores galas. Cuando acabaron de cenar, mandó empalar a los más ancianos, mientras que a los jóvenes los obligó a ir desde Targoviste (lugar donde se encontraban) hasta un castillo en ruinas donde fueron obligados a construir el castillo de Bran.
Todas estas historias fueron contadas por monjes que modificaban y enriquecían los hechos ocurridos para hacerlas más aterradoras aún si cabe. De esta manera fue forjándose el mito del “no-muerto” sobre una base de hechos reales.
Su muerte, como toda su vida, estuvo marcada por la venganza y la masacre. En enero de 1475, tras una serie de batallas contra los turcos y después de recuperar su trono como rey de Valaquia, Vlad sufrió una emboscada (organizada por los turcos apoyados en las ansias de venganza de los boyardos) en la que fue asesinado junto a la práctica totalidad de su guardia personal. Tras su muerte, su cara y cabellera fueron separadas del cráneo y llevadas como trofeo a Estambul donde se exhibió públicamente.
El lugar oficial donde fue enterrado “el Empalador” es el monasterio de Snagov, cerca de Bucarest. Sin embargo, hay un halo de misterio alrededor de su tumba pues hay historiadores que aseguran que el sepulcro se encuentra vacío, mientras que otros dicen que se exhumó un cuerpo descabezado y ricamente vestido, y que era el de Vlad.
Las fuentes en las que se pudo basar Bram Stoker para crear al mítico Conde Drácula son innumerables, debido a las historias y leyendas que giran en torno al “Empalador”. Pero no cabe duda de que Vlad Tepes, con su leyenda sanguinaria y la crueldad que rigió su vida, fue el modelo que inspiró a los escritores románticos del género de terror y vampirismo del siglo XIX, y que uno de los hechos más obvios de la conexión mito-realidad es que la novela de Stoker (publicada en 1897) está ambientada en los Cárpatos de Transilvania y su personaje basado, en cierta forma, en la figura de Vlad.
En la región transilvana se propagó durante la Edad Media la leyenda de que existían seres capaces de sobrevivir a la muerte a base de extraer a través de sus colmillos la sangre de seres vivos durante la noche. Alrededor del siglo XII comenzó a denominárseles con el término latino “Sanguisua” y la creencia en ellos se disparó con las enfermedades desconocidas que arrasaron Europa del Este entre el siglo XVI y XVIII.
Los afectados palidecían, padecían fiebres altísimas, languidecían entre espasmos incontrolables y morían. No existían señales de mordiscos, pero la histeria de la sociedad atribuyó los innumerables casos a los vampiros. La superstición popular ante lo desconocido empezó a crear una lista de remedios contra estos “seres malignos”: ristras de ajos para colocarlos alrededor del cuello, espadas en forma de cruz para introducirlas en las tumbas, estacas para clavarlas en el corazón de los fallecidos, cabezas decapitadas, la incineración completa del cadáver o del corazón y rociar agua hirviendo sobre la tumba o disparar balas de plata a través del ataúd, y colocar un ajo en el interior de la boca.
Otro aspecto que sirve como conexión entre el personaje histórico y el ficticio es el denominado Castillo de Bran o de Vlad, pero que pasó a la historia y es conocido por todo el mundo como el Castillo del Conde Drácula. Éste está situado entre la frontera de Transilvania y Valaquia y se hizo famoso a raíz de que Stoker lo describiese en su novela.
No cabe duda de que la idea originaria del vampiro como ser que vuelve de entre los muertos para atormentar a los vivos, surgida entre los siglos XV y XVII es muy diferente a la actual. Esto se debe en gran medida a la evolución que el personaje ha tenido desde la publicación de la novela de Stoker, ya no sólo literariamente, sino también en otro ámbitos como el cine, que ha variado la imagen del mito mucho más que las leyendas que corrieron de boca en boca.
Lo llamativo es la versatilidad de ese ser que ha sido dibujado en diversas culturas y en diferentes tiempos hasta nuestros días. Pero su fama y la imagen que todos conocemos, llegó con las novelas de Bram Stoker y las versiones retocadas de su Drácula en Hollywood.
El relato de Stoker es básicamente una historia de amor que combina la esencia de las leyendas del personaje histórico con el folklore transilvano, todo aderezado con tintes sobrenaturales en un texto que ha servido de inspiración para un sin fín de obras inspiradas tanto en el relato o el personaje original como en el mito vampírico que originó. Además, la historia del Conde Drácula no se ha limitado a existir en las páginas impresas sino que ha pasado por todos los medios de comunicación existentes, desde el formato original como novela, hasta la producción cinematográfica más elaborada, pasando por los videojuegos o los cómics.
En la década de los 90 el mito resurgió del pequeño letargo en el que vivía a través de la película: Bram Stoker’s Dracula (Dracula de Bram Stoker), dirigida en 1992 por Francis Ford Coppola. Fue la readaptación definitiva de la novela, y en la que se representa a Nosferatu como un cruzado de la cristiandad que se rebela ante su dios al descubrir que sus enemigos, los turcos, han acabado con su amada Elizabetha, siendo esta rebelión el desencadenante de su condena a vagar eternamente como un vampiro. Es así como la película se convierte en una historia de amor, en la que el vampiro busca redimir sus pecados a través del mismo.
lahuelladigital
Inicialmente, la mayoría de menciones de seres con características vampíricas en la Antigüedad son parte del folclore y de los mitos en casi todas las civilizaciones, desde Egipto y Sumeria hasta las culturas indoamericanas. Ya en la edad media, los vampiros empiezan a ser parte de leyendas relacionadas con personajes reales o con sucesos e identidades míticas con algún trasfondo real. Los ejemplos más claros fueron:
El primero es la certeza de la existencia en estos siglos de una rara enfermedad relacionada con la pigmentación de los glóbulos rojos que provocaba a los enfermos llagas sangrantes en la piel cuando éstos se exponían a la luz solar.
El segundo es la figura de Vlad Tepes (apodado Dráculea en honor a su padre), príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462. Vlad pasó a la historia por demostrar su crueldad hacia sus enemigos, ganándose por ello el sobrenombre de “Tepes”, que en rumano significa el empalador. Este calificativo se le adjudicó debido a que tenía por costumbre ensartar vivos a sus adversarios en afilados mástiles hasta provocarles la muerte.
A Vlad le gustaba organizar empalamientos multitudinarios con formas geométricas, siendo la más habitual una serie de anillos concéntricos de empalados alrededor de las ciudades que iba a atacar. Incluso, llegó a crear bosques enteros de empalados que hicieron que varios ejércitos turcos que iban a invadir Valaquia regresasen aterrados.
Sin duda, una de sus acciones de empalamiento masivo más conocida por su brutalidad fue su venganza contra los boyardos, asesinos de su padre, realizada en 1459. Vlad invitó a los boyardos para celebrar una gran cena de Pascua y les pidió que vistiesen sus mejores galas. Cuando acabaron de cenar, mandó empalar a los más ancianos, mientras que a los jóvenes los obligó a ir desde Targoviste (lugar donde se encontraban) hasta un castillo en ruinas donde fueron obligados a construir el castillo de Bran.
Todas estas historias fueron contadas por monjes que modificaban y enriquecían los hechos ocurridos para hacerlas más aterradoras aún si cabe. De esta manera fue forjándose el mito del “no-muerto” sobre una base de hechos reales.
Su muerte, como toda su vida, estuvo marcada por la venganza y la masacre. En enero de 1475, tras una serie de batallas contra los turcos y después de recuperar su trono como rey de Valaquia, Vlad sufrió una emboscada (organizada por los turcos apoyados en las ansias de venganza de los boyardos) en la que fue asesinado junto a la práctica totalidad de su guardia personal. Tras su muerte, su cara y cabellera fueron separadas del cráneo y llevadas como trofeo a Estambul donde se exhibió públicamente.
El lugar oficial donde fue enterrado “el Empalador” es el monasterio de Snagov, cerca de Bucarest. Sin embargo, hay un halo de misterio alrededor de su tumba pues hay historiadores que aseguran que el sepulcro se encuentra vacío, mientras que otros dicen que se exhumó un cuerpo descabezado y ricamente vestido, y que era el de Vlad.
Las fuentes en las que se pudo basar Bram Stoker para crear al mítico Conde Drácula son innumerables, debido a las historias y leyendas que giran en torno al “Empalador”. Pero no cabe duda de que Vlad Tepes, con su leyenda sanguinaria y la crueldad que rigió su vida, fue el modelo que inspiró a los escritores románticos del género de terror y vampirismo del siglo XIX, y que uno de los hechos más obvios de la conexión mito-realidad es que la novela de Stoker (publicada en 1897) está ambientada en los Cárpatos de Transilvania y su personaje basado, en cierta forma, en la figura de Vlad.
En la región transilvana se propagó durante la Edad Media la leyenda de que existían seres capaces de sobrevivir a la muerte a base de extraer a través de sus colmillos la sangre de seres vivos durante la noche. Alrededor del siglo XII comenzó a denominárseles con el término latino “Sanguisua” y la creencia en ellos se disparó con las enfermedades desconocidas que arrasaron Europa del Este entre el siglo XVI y XVIII.
Los afectados palidecían, padecían fiebres altísimas, languidecían entre espasmos incontrolables y morían. No existían señales de mordiscos, pero la histeria de la sociedad atribuyó los innumerables casos a los vampiros. La superstición popular ante lo desconocido empezó a crear una lista de remedios contra estos “seres malignos”: ristras de ajos para colocarlos alrededor del cuello, espadas en forma de cruz para introducirlas en las tumbas, estacas para clavarlas en el corazón de los fallecidos, cabezas decapitadas, la incineración completa del cadáver o del corazón y rociar agua hirviendo sobre la tumba o disparar balas de plata a través del ataúd, y colocar un ajo en el interior de la boca.
Otro aspecto que sirve como conexión entre el personaje histórico y el ficticio es el denominado Castillo de Bran o de Vlad, pero que pasó a la historia y es conocido por todo el mundo como el Castillo del Conde Drácula. Éste está situado entre la frontera de Transilvania y Valaquia y se hizo famoso a raíz de que Stoker lo describiese en su novela.
No cabe duda de que la idea originaria del vampiro como ser que vuelve de entre los muertos para atormentar a los vivos, surgida entre los siglos XV y XVII es muy diferente a la actual. Esto se debe en gran medida a la evolución que el personaje ha tenido desde la publicación de la novela de Stoker, ya no sólo literariamente, sino también en otro ámbitos como el cine, que ha variado la imagen del mito mucho más que las leyendas que corrieron de boca en boca.
Lo llamativo es la versatilidad de ese ser que ha sido dibujado en diversas culturas y en diferentes tiempos hasta nuestros días. Pero su fama y la imagen que todos conocemos, llegó con las novelas de Bram Stoker y las versiones retocadas de su Drácula en Hollywood.
El relato de Stoker es básicamente una historia de amor que combina la esencia de las leyendas del personaje histórico con el folklore transilvano, todo aderezado con tintes sobrenaturales en un texto que ha servido de inspiración para un sin fín de obras inspiradas tanto en el relato o el personaje original como en el mito vampírico que originó. Además, la historia del Conde Drácula no se ha limitado a existir en las páginas impresas sino que ha pasado por todos los medios de comunicación existentes, desde el formato original como novela, hasta la producción cinematográfica más elaborada, pasando por los videojuegos o los cómics.
En la década de los 90 el mito resurgió del pequeño letargo en el que vivía a través de la película: Bram Stoker’s Dracula (Dracula de Bram Stoker), dirigida en 1992 por Francis Ford Coppola. Fue la readaptación definitiva de la novela, y en la que se representa a Nosferatu como un cruzado de la cristiandad que se rebela ante su dios al descubrir que sus enemigos, los turcos, han acabado con su amada Elizabetha, siendo esta rebelión el desencadenante de su condena a vagar eternamente como un vampiro. Es así como la película se convierte en una historia de amor, en la que el vampiro busca redimir sus pecados a través del mismo.
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